No es que falte deseo por completo, sino que uno de los dos siente que no está disfrutando plenamente, que algo se apagó, y simplemente no se atreve a decirlo. La razón es universal: el miedo a herir el ego, la sensibilidad o la seguridad del otro termina pesando mucho más que la necesidad vital de hablar de lo que realmente sentimos y queremos en la intimidad. Continuar fingiendo que todo está bien es una forma lenta de debilitar la conexión.
Pero aquí está la clave para transformar ese silencio: la conversación no debe centrarse jamás en el reproche o en la carencia. No se trata de decir “no me gusta cómo lo haces”, una frase que automáticamente pone al otro a la defensiva y lo hace sentir evaluado. Se trata, más bien, de expresar un deseo constructivo: “me gustaría probar esto contigo” o “¿qué te parece si exploramos algo nuevo?”. Cuando el diálogo se centra en lo que queremos descubrir, en lo lúdico y en lo divertido, no se hiere al otro; al contrario, se le invita a ser parte de un viaje compartido. Decir con ternura y apertura: “Quiero explorar más a fondo mi cuerpo, y me encantaría descubrir el tuyo mientras estamos juntos”, abre la puerta a la complicidad, a la curiosidad mutua y a una intimidad mucho más viva.
Una estrategia práctica es precisamente transformar el encuentro sexual en un juego, un laboratorio de exploración. Esto implica crear pequeños retos, variar posiciones, cambiar lugares o dinámicas, o incluso dedicar un tiempo a investigar juntos un nuevo concepto. Lo crucial es conversar sobre ello después, no desde la crítica o la evaluación del desempeño, sino desde la exploración conjunta. Por ejemplo: “¿Cómo te sentiste cuando hicimos esto?” o “A mí me encantó cuando probamos aquello”. Así, cada experiencia se convierte en una oportunidad de placer y una forma de conexión, en lugar de ser una prueba que se debe superar. La sexualidad debe ser un espacio creativo y seguro, no una rutina predecible.

El verdadero error en pareja no es reconocer que algo falta o que el deseo ha cambiado, sino seguir actuando como si todo estuviese bien, esperando que la situación se resuelva por arte de magia. Atreverse a hablar con esta ternura, esta apertura y esta intención de construir juntos, no solo evita heridas futuras; fortalece el vínculo, demuestra vulnerabilidad y permite que la sexualidad deje de ser un trámite para convertirse en un espacio de creación profunda. El silencio, aunque parezca inofensivo, es el peor enemigo del placer.
Atrévete. Hablar de lo que deseas no rompe el vínculo, lo construye y lo hace más resiliente. Puede ser el inicio de las relaciones más placenteras y profundas de tu vida adulta. Y si dar el primer paso o descifrar ese deseo oculto es un desafío que sientes que no puedes manejar solo, recuerda que la terapia es el espacio seguro donde puedes dedicarte a conocer mucho más de ti.
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