El maquillaje es una práctica que acompaña a la humanidad desde hace mucho tiempo. A través del uso de productos de belleza se pueden resaltar sus rasgos y tener una apariencia estilizada. Pero más allá de su función estética, este hábito también ha tenido un gran impacto significativo en la autoestima y confianza de las personas.
La relación entre el maquillaje y la psicología es compleja y multifacética, ya que involucra aspectos emocionales, sociales y culturales que influyen en la percepción que tenemos de nosotros mismos y en cómo nos relacionamos con los demás.
En primer lugar, el acto de aplicar maquillaje puede ser una experiencia terapéutica para muchas personas. El ritual de maquillarse forma parte de los momentos de autocuidado y autoexpresión que permite a las personas conectarse consigo mismas y dedicarse tiempo para realzar su belleza interior. Para algunos, el maquillaje se convierte en una herramienta para expresar su creatividad y personalidad, lo que les brinda una sensación de empoderamiento y control sobre su imagen.
Diversos estudios comprueban que una persona que está bien arreglada, que se tomó el tiempo de peinarse y eligió un buen outfit rinde más en el trabajo. Por otro lado, el uso excesivo o dependencia del maquillaje también tiene efectos negativos en la autoestima. Al basar nuestra valía personal únicamente en la apariencia física o en cómo nos vemos con maquillaje, corremos el riesgo de desarrollar una percepción distorsionada de nosotros mismos, lo cual actúa como un agente sigiloso que merma la autoestima cuando no estamos “maquillados”.
En ese sentido, se debe resaltar que la verdadera belleza radica en nuestra autenticidad y singularidad como individuos, más allá de cualquier capa superficial de maquillaje.

El impacto psicológico de esta técnica también está influenciado por factores culturales y sociales. En muchas sociedades occidentales, se promueve la idea de que las mujeres deben cumplir con ciertos estándares de belleza para ser aceptadas socialmente, lo que puede generar presión e inseguridad en aquellas que no se ajustan a estos ideales. El maquillaje se convierte entonces en una herramienta para cumplir con estas expectativas externas y sentirse más integradas en su entorno social.
Es importante reconocer que la belleza va más allá de lo superficial y que la valía como individuos no debería depender de cómo las personas se ven al usar dichos productos.