A ti, mamá, ¿te ha pasado alguna vez que, sin importar la edad de tus hijos, sientes que la carga de la maternidad nunca se aligera del todo? Que aunque el amor sea inmenso, la responsabilidad pesa. Es como si tu mente estuviera siempre encendida, anticipando riesgos, resolviendo problemas, cuidando incluso cuando nadie te lo pide. No es solo una sensación: la ciencia demuestra que la maternidad cambia el cerebro y lo mantiene en estado de alerta permanente.
Investigaciones han encontrado que las áreas responsables de la empatía, la planificación y la respuesta al estrés se modifican y permanecen activas durante años. Por eso, aunque tu hijo ya no sea un bebé, sigues despertándote cuando algo no anda bien. Aunque ya no depende de ti para todo, tu mente sigue proyectando escenarios, buscando soluciones antes de que haya un problema. La maternidad transforma la forma en que percibes el mundo y, a veces, puede ser abrumador.
Conversando con muchas madres, notó que sienten la presión de ser inagotables, de estar siempre disponibles, siempre dando más. Muchos me confiesan que fantasean con escapar a una montaña, al silencio absoluto, y luego se culpan por ello. Mamá, vivir con un estado de alerta constante afecta la producción de cortisol, la hormona del estrés, lo que puede impactar la memoria, la concentración y el bienestar emocional que experimenta. Por eso, a veces te descubres olvidando cosas, sintiéndote irritada, sin razón aparente o sin ganas de hacer lo que antes te hacía feliz. No estás loca, solo estás muy, pero muy cansada.

Y lo más injusto es que este sacrificio absoluto no solo te afecta a ti. También modela para tus hijos una idea de maternidad basada en el agotamiento y la autoexigencia extrema. En terapia, muchas mujeres me confían que no quieren ser madres porque han crecido viendo la maternidad como sinónimo de agotamiento. Otras la viven cargando el recuerdo del sufrimiento de sus propias madres, temiendo repetir la historia. Crecer viendo a una madre que nunca se permite descansar, que se siente culpable por pensar en sí misma, que normaliza el estrés como parte del amor, les enseña, sin querer, que cuidar de los demás debe ir siempre por encima del propio bienestar. Así se perpetúa una historia donde las madres se pierden a sí mismas para sostener a todos. ¿Podemos empezar a cambiar esa idea? Sé que no es fácil, pero empezar puedes dar pasos.
Abraza esta idea: tu bienestar importa tanto como el de tus hijos. No se trata de “darte un respiro” como si fuera un lujo, sino de entender que tu salud mental y física son esenciales. Estudios han demostrado que los niños cuyos padres practican el autocuidado y regulan sus emociones tienen menos probabilidades de desarrollar ansiedad y más herramientas para gestionar sus propios conflictos. Es decir, cuando tú te cuidas, ellos también aprenden a hacerlo. Una madre que se cuida está criando hijos que sabrán hacerlo también.
Si alguna vez te has sentido abrumada, agotada o incluso culpable por querer un espacio para ti, quiero que recuerdes esto: no estás fallando. Estás cargando una responsabilidad enorme y mereces apoyo, descanso y compasión. No necesitas demostrar fortaleza sacrificándolo todo, porque el verdadero amor no se mide en desgaste. Mírate con la misma ternura con la que miras a tus hijos.
Querida lectora, yo también soy mamá y estoy muy cansada, pero podemos ir abriendo espacios no negociables para atender a la mujer. ¡Rescatémosla!