Ella llegó a la consulta muy irritada. Su esposo ya no sabe qué más hacer para complacerla. Ella llora sin parar y dice que está absolutamente agotada. Tienen dos niños de 4 y 6 años, ambos trabajan de 8 a.m. a 5 p.m., tienen un hogar que mantener y padres de la tercera edad que requieren de apoyo frecuente. Y aunque funcionan como un buen equipo, esta pareja no está bien porque ella cada vez está más molesta y distante, aun cuando no es capaz de explicar qué le pasa.
Al explorar toda su rutina, se descubre que ella despierta tan o más cansada que cuando se acostó. Tiene un sueño ligero que la hace detectar cualquier movimiento de su esposo y sus ronquidos, por más leves que sean. Ha probado con tapones para sus oídos, pastillas para dormir, música para enmascarar los ruidos, temperaturas diferentes en la habitación, etc. Ella tiene asumido que no sabe descansar y que tiene que aprender a vivir con ello.
Un día, en plena consulta de terapia de pareja, les sugiero que prueben por un par de semanas el dormir en cuartos separados. Tienen una habitación para invitados que podría ser usada para este experimento, pero la idea generó rechazo en ambos desde el minuto uno. Explorando sus motivos para dicho rechazo, me encontré con creencias que hubo que tumbar: “los matrimonios deben dormir en la misma cama”, ¿por qué?, “porque si no duermen juntos, se terminarán separando”, ¿según quién?, “las parejas necesitan cercanía”, ¿y solo se logra de noche y dormidos?, “no habría sexualidad”, ¿la sexualidad ocurre mientras duermen?, ¿la conexión erótica con ese cansancio es maravillosa?, “nos acostumbraríamos a estar separados”, ¿cómo saberlo si no ha pasado? Les pedí eso, dos semanas de experimentación.
Cuando una pareja no está bien, es importante analizar a los individuos. Si uno de los dos no está descansando de noche, es imposible que no afecte su estado de ánimo, y en consecuencia, todas sus relaciones interpersonales.
Ellos hicieron la prueba y se demostraron que el ambiente estaba más ligero. A ella le costó adaptarse a la otra habitación, pero 5 días después de iniciado el experimento, logró dormir 7 horas seguidas. ¡No lo podía creer! Esa noche vieron una película abrazados en la habitación principal, y cuando les dio sueño, se besaron, se despidieron y ella se retiró a la otra habitación. Al día siguiente se notó contenta y motivada. Ambos se dieron cuenta de que podían hacer vida de pareja durmiendo en cuartos separados y que la sexualidad podía incluso mejorar porque había más energía. Él llegó a admitir que extrañarla por las noches, le hacía emocionarse por las mañanas y saludarla con la ilusión de cuando eran novios.
¿Será por siempre? No lo sabemos. Por ahora, a ellos les está funcionando y la gran moraleja es que muchas de nuestras ideas sobre lo que se debe y no se debe hacer para que una relación funcione, no se ajustan a nuestra realidad; y que lo más sano que podemos regalarnos, es la capacidad de ir probando nuevas fórmulas para relacionarnos, sabiendo que, si algo no funciona, no lo mantendremos.
El distanciamiento de una pareja, no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Por el contrario, es un proceso que podrá ser detectado y conversado por cualquiera de los dos. Y es en esa conversación en donde tomamos conciencia y reajustamos lo que sea necesario. A lo mejor, esta pareja quiera experimentar más adelante pasar los fines de semana en la misma cama y los días de semana en cuartos separados. Solo ellos podrán sentir aquello que desean, proponerlo, acordarlo, experimentarlo y volverlo a conversar. ¿Estamos bien? ¿Cómo podemos estar mejor?
Recuerden que no existe una pareja sana sin individuos sanos. Y lo que funciona para una pareja, no tiene que funcionar para otras. A lo mejor estas palabras suenan alarmantes para aquellos que duermen plácidamente en sus camas comunes. Pero este escrito es una luz para los que no lo logran.