Miguel Ángel Landa, el galán diferente

Néstor Luis Llabanero 

Un día, José Ignacio Cabrujas, con quien había compartido en diferentes proyectos cinematográficos, le planteó a Miguel Ángel Landa el guion de «La señora de Cárdenas», que los consagró a ambos en los dramáticos.

«Cabrujas me informó que tenía un proyecto que para él era muy importante y quería que le dijera que sí. Me dijo: ‘Hay varias personas que no quieren que tú lo hagas y varios actores que quieren hacerlo, pero yo dije que sería usted´».

Con «La señora de Cárdenas», Miguel Ángel Landa masculinizó la audiencia, algunos hombres se sintieron representados y la telenovela fue el inicio de una nueva manera de contar el drama, dejando ver la cotidianidad de una familia venezolana y los conflictos de un matrimonio condenado al divorcio.

«Fe un trabajo muy importante», suspira el actor: «Alberto era un personaje que tenía una calidad de interpretación. Muchas veces los actores nos conseguimos con un libreto flojo que no tienes de dónde agarrarte, pero el de La señora de Cárdenas era un libreto extraordinario».

Dice haber quedado conforme con el final de la historia, donde los personajes de Pilar y Alberto se citan en un parque para despedirse y tomar caminos distintos.

Pero no fue sencillo consagrar su galanura diferente, en medio de compañeros como Raúl Amundaray, Edmundo Arias, Elio Rubens y Oscar Martínez, quienes se adaptaban más al estereotipo de la televisión de entonces.

«Yo entré a la televisión con papeles de cuarta categoría y luego pasé a segunda categoría hasta que trabajé con Doris Wells», resume así el proceso que enfrentó antes de alcanzar la protagonización, casi de 40 años.

Landa estaba consciente, él mismo lo asegura, de un sector de la prensa que lo clasificaba como el artista con menos atractivo físico. «Me llamaban el Charles Bronson venezolano por lo feo que era», se mofa de aquellos titulares: «Incluso, le dije al director Gilberto Pinto que yo no tenía físico de galán y él me respondió que eso no importaba, que eso se resolvía si hacía bien las escenas».

Fue Pinto, director de la exitosa telenovela «Raquel», una de las pocas voces en la industria que lo animaron a romper en 1976 los estereotipos estéticos y a emprender el camino de galán diferente. Eran tiempos de arrojo, de ahora o nunca. 

Miguel Ángel, bañado en rosas, había triunfado en la miniserie «Pobre Negro», en 1975. Pinto consideró que dada la fuerza de su histrionismo y la aceptación en el público, resultaba ideal para una telenovela disruptiva que Radio Caracas Televisión adelantaba con Doris Wells.

Es probablemente el actor venezolano con más autodeterminación. Un ejemplo de paciencia y de estrategia. Se supo artista a los nueve años, aunque nadie se lo dijera. Lo ratificó silenciando voces que se oponían a su ascenso estelar.

Pionero de una galanura no depurada, Landa se sobrepuso a las caras lampiñas y a las narices perfiladas de compañeros actores, un prototipo entonces codiciado y que desde la década de 1960 ofrecieron Raúl Amundaray, Edmundo Arias, Oscar Martínez y con menos fuerza, Elio Rubens. Landa se lo debe todo a su convicción inquebrantable.

Siendo de los menores entre 11 hermanos, el pequeño Miguel Ángel había dado muestras de su carácter aplomado. Contraviniendo la solicitud de su madre desahuciada por un cáncer, cruzó la puerta del cuarto durante una madrugada. Para su pesar, descubrió que la muerte le arrebataba a quien sigue considerando el amor más grande de su vida. Con el dolor a cuestas, no detuvo su sueño artístico.

Miguel Ángel se escabullía de su casa, en el sector de La Pastora —allí creció— para entrar a las salas de cine. En una ocasión lo hizo para ver la proyección de la película «Los asesinos». ¡Quedó maravillado!

Su entusiasmo tenía que ver con la potente historia de forajidos a sueldos que encabezaba Burt Lancaster. Fue paradójicamente la imagen del rubio Lancaster, el adonis debutante de Hollywood, lo que activó la vocación temprana del actor venezolano, quien años después también tuvo su comienzo.

Landa debutó cinematográficamente con «Los Ángeles del Ritmo», uno de los episodios que conforman la trilogía «Cuentos para mayores», la segunda película del director Román Chalbaud, estrenada en 1963. Allí personificó a Currutaco, un camionero que transporta por las calles a los serenateros Héctor Cabrera, Chelique Sarabia, José Luis Rodríguez y Cherry Navarro.

Luego vendría «El rostro oculto», una película de 1964 dirigida por Clemente de la Cerda, al lado de Doris Wells. Mientras tanto alternaba en papeles menores en Radio Caracas Televisión.

Ese año se dejó ver en el programa «Se solicita una amiga», una suerte de talk show presentado por la periodista Emma Amoroso, donde recreaban historias cotidianas. Pero con ganas de crecer, decidió irse a Italia para profundizar sus estudios actorales.

A su regreso, las oportunidades escasearon y siguió como un actor de soporte en RCTV. Pese a sus demostraciones y esfuerzos, a Landa le costó que la industria de la televisión de Venezuela aceptara la percepción que él tenía de su valía artística. El reconocimiento llegó primero del cine.                              

En 1974 protagonizó «La quema de Judas». Un punto de inflexión en su carrera. El diseño del personaje —un delincuente infiltrado como policía y amante de prostitutas— fue alimentando el aspecto pendenciero que en cada proyecto mostraba Miguel Ángel Landa. Ese sello actoral, de intérprete desaliñado a media barba, funcionó para ganar enseguida una audiencia en la televisión.

Aun así, esa televisión en blanco y negro mantuvo reservas por un hombre que llevaba tiempo entreteniendo a los venezolanos con la comedia de situaciones «Él y Ella», al lado de quien era su esposa, Mirla Castellanos.

En 1975, Radio Caracas Televisión lo probó en un experimento, distinguiéndolo como protagonista de la miniserie «Pobre Negro», adaptación de Salvador Garmendia sobre la obra literaria de Rómulo Gallegos.

«Pobre Negro fue un trabajo profundo sobre un hombre con un deseo de alcanzar algo que quería lograr, la paz, y de terminar una cantidad de injusticias como la esclavitud y la discriminación que luchó hasta conseguirlo», opina Landa en tono de agradecimiento.

Superada la caracterización de Negro Malo, el esclavo que embaraza por venganza racial a la joven más blanca de Barlovento, RCTV lo ratificó como la figura masculina de «La señora de Cárdenas». Nuevamente estaba al lado de su amiga Doris Wells.

«Doris Wells tenía ante todo que era una gran actriz y oficiosa, le gustaba el trabajo y era muy amiga», dice Landa con un dejo de cariño colado con nostalgia. «Cuando salimos al aire en el primer capítulo aquello explotó. Doris Wells le dio brillo a mi camino».

El país celebró la telenovela sobre un matrimonio roto por la infidelidad del hombre y se entusiasmó por el retrato que hizo el escritor José Ignacio Cabrujas sobre la reinvención de la mujer.

Para 1977, Landa se había convertido en la gran figura masculina del país. No solo porque triunfaba cada noche con la telenovela de Cabrujas en RCTV sino porque las salas de cine se llenaban para conocer la historia de «El pez que fuma», al lado de Hilda Vera, la cinta nacional más taquillera de ese año, todo un hito del séptimo arte en Venezuela.

Un año después, ocuparía la gran pantalla con Mayra Alejandra en «Carmen la que contaba 16 años», la película más taquillera de 1978 junto con «Simplicio», de Franco Rubartelli. «Con Hilda Vera y con Mayra Alejandra —exprime su memoria— me di un banquete actoral».

Miguel Ángel Landa coronaba así los frutos de su aguante. Se sobreponía a los desplantes y se elevaba a actor mítico. También saboreaba el premio de sus ilusiones infantiles. Sonreía como ahora ante el recuerdo de lo que vivió en solitario frente a la pantalla de cine de su barrio caraqueño.

Agradecimiento:

Luis Olavarrieta
@olavarrietaluis

Néstor Luis Llabanero 

 @llabanero

Fotografías de Miguel Ángel Landa en la actualidad:
Omar García
@Omar620

Video:
Samira Rivas
@samirivas.5

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