Atenea Anca
Numerosas parejas inician sus primeras conversaciones eróticas con esta pregunta: ¿cuál es tu fantasía sexual? Evidentemente buscan información para luego intentar satisfacer a esa persona que les gusta. Pero lo que muchos no saben es que esa pregunta tiene más profundidad de la que se cree. Además de ser complicadísima de responder, no es recomendable respondérsela a nadie sino a nosotros mismos y con este artículo espero dejar claro el por qué de ambos puntos.
La mayoría piensa que se trata de deseos sexuales que si los cuentan aumentan las probabilidades de cumplirse. Pero no se trata de cosas que se desean cumplir sino de pensamientos eróticos que excitan mucho pero que chocan con los valores del individuo, por lo que da una vergüenza enorme con solo admitirlos, mucho más para contarlos y es casi imposible cumplirlos.
Una buena definición de fantasías sexuales es la de pensamientos altamente excitantes pero altamente vergonzosos que no podrán ser cumplidos y que se quedarán en la mente para siempre cumplir su función: excitar. Porque justamente esa es la idea, tenerlos en nuestra memoria y evocarlos solo en los momentos en que haga falta. Es decir, cuando el ambiente no es muy erótico y nos cuesta excitarnos; cuando pasamos por una disfunción sexual y tememos tener relaciones; cuando deseamos autoestimularnos y no tenemos elementos excitantes a la mano; cuando no nos podemos conectar con la persona con la que tenemos relaciones; o cuando nos ocurren situaciones en la vida que no nos permiten concentrarnos con el sentir del cuerpo. Es algo así como un salvavidas sexual que utilizamos para llegar al clímax gracias a su poder. Y cuanto más secreto sea, más poderoso será. Por eso, si lo contamos o lo llevamos a cabo, perderá su magia.
Pondré un ejemplo de la vida real para explicarme mejor: una paciente muy religiosa no lograba excitarse, probaba con muchas ideas y actividades “permitidas” por su ideología y nada ayudaba. Un día, viendo pornografía después de mucho miedo, se permitió descubrir que le excitaba pensar en ella como exhibicionista. Aceptarlo fue un largo proceso, pero también un gran beneficio pues ahora sabía que fantaseaba con eso y que nunca lo llevaría a cabo por lo que no estaba del todo mal. Ahora, cuando le cuesta tener relaciones sexuales por su desconcentración ella solo debe imaginar que su esposo y ella están en un sitio público haciendo exactamente lo que hacen en privado.
En general es muy complicado conocer cuál es nuestra fantasía pues tenemos mecanismos de defensa que filtran la información y esconden cosas que pudieran ser dolorosas por chocar con nuestros valores.
¿Por qué callarlo? Primero porque si es secreto funciona mejor. Pero además, las parejas suelen tener dificultades para asimilar que a veces se necesita de algo más, pues se quedan con la errada interpretación de “no soy suficiente para excitarle”. Pero es que se puede desear e igual no poder concentrarse, entonces deja de ser un problema de deseo sexual para convertirse en un problema de concentración. Entonces el salvavidas surge como apoyo en este proceso debido a su altísima concentración de intensidad. La idea es usar la fantasía un rato y cuando cumple su objetivo, dejarla ir.
Como todo, el exceso no es bueno. Si siempre se necesita de la fantasía quiere decir que algo pasa con la realidad. Así que evalúa si tu situación actual no es lo suficientemente excitante.
Si no tienes una fantasía y no tienes idea de cómo conseguir una, tal vez sea momento de visitar a un sexólogo que te apoye en esta búsqueda.