Es común pensar que se va a terapia cuando no se puede más y cuando han probado todo lo que han podido. Y es ahí cuando utilizan la terapia de pareja como último recurso. De hecho, numerosas veces los pacientes me confiesan en la primera sesión que, si no funciona la terapia de pareja, se separarán. Es decir, llegan a terapia desesperanzados con un ultimátum en la boca y ese es un gravísimo error.
Ir a terapia cuando ya no hay fuerzas para luchar, es como ir al médico cuando la enfermedad ya es terminal. “¡Ojalá hubiera asistido antes!” me dicen con frecuencia en la consulta. Y es que la esperanza de poder mejorar les da la motivación para atravesar con éxito el proceso terapéutico.
Lamentablemente muchas personas asisten a terapia de pareja cuando ya están en desamor y escuchan las duras palabras del terapeuta: sin amor no va a funcionar. Puede funcionar si se aman aún teniendo decenas de temas por resolver. Pero sin amor no hay esperanza. Y el tiempo es un enemigo en las crisis de pareja.
Es por ello que pedirle a tu pareja que asista contigo a terapia es un hermoso acto de amor. Es una forma de decirle que te importa tanto la relación que no quieres tomar el riesgo de que sea demasiado tarde. Es una manera de expresarle que tienes las ganas de hacer cambios en pro del amor que se tienen, ¿incluso lo hermoso que es?

Definitivamente, dependiendo de cómo interpretemos las situaciones que nos ocurren, en esa medida reaccionaremos ante ellas. Una persona que recibe la petición de su pareja de hacer terapia y piensa: “eso significa que quiere que un tercero le dé la razón” o “está buscando la terapia porque no sabe cómo terminar la relación”, se sentirá profundamente mal y reaccionará con un gran rechazo hacia la propuesta. Podrá decir cosas como: “yo no creo en la terapia”, “nosotros podemos solos”, “es muy costoso” o “quieres ventilar nuestras intimidades”, y, por supuesto, tratará de no asistir y si no le queda más remedio, tratará de generar resistencia desde el minuto uno de la terapia.