«Siempre quise bailar en el exterior», dice para ESTAMPAS el bailarín Yosmer Carreño, radicado en Argentina. «Llegué a Buenos Aires en 2016, tomé clases en el Ballet del Teatro Colón, y ahí la directora Paloma Herrera me dijo que concursara y fui seleccionado. Aquí estoy con la emoción de ser parte de un teatro tan reconocido mundialmente y ser el único chico venezolano de la compañía».
«Sería maravilloso ver el Cascanueces del maestro Vicente Nebrada en el Teatro Colón. Es mi sueño de la venezolanidad en la danza».
Nacido el 25 de octubre de 1994, cuenta que a los 15 años comenzó su formación clásica en la Escuela Nacional de Danza, en Caracas, donde recibió la oportunidad de competir en Alemania. «Mi madre vio que la cosa iba en serio y se convirtió en mi mayor soporte».
Este llanero rinde homenaje a su madre llevando su apellido, aunque el Mejía de su padre siga siendo determinante en su identidad. En sus ansias irrefrenables de transitar el mundo del movimiento, Yosmer exploró la expresión del cuerpo en manifestaciones dancísticas que iban desde lo folclórico, pasando por lo urbano y contemporáneo hasta llegar al clásico.
Formado bajo la tutela de los maestros Rumen Rashev, Estela Quintana y Alejandra Paredes, y respaldado por la Fundación Ballet Las Américas, Yosmer recuerda pasar los siete días de cada semana tomando clases. En simultáneo, llevaba sus estudios de bachillerato.
«Quería el ballet como mi profesión. Los ocho años de estudios requeridos los alcancé en cuatro, y eso incluyó mis competencias internacionales en Moscú y mi paso por el Ballet Nuevo Mundo con la maestra Zhandra Rodríguez».
En cada montaje vive una montaña rusa emocional, provocando que su cuerpo sea atravesado por la pasión del arte. En esos instantes nace en él una energía que no sabe definir pero que solo experimenta cuando abre el telón y encienden las luces. Es cuando deja iluminado su amor por el ballet.
Yosmer Carreño @yosmorenita
Fotografía cortesía Teatro Colón
Régulo Pachano Olivares @regulopachano